Sarah
—Ya sabes la rutina, Sarah — dijo la psicóloga—. Recuéstate en el diván y dime como ha estado tu mes . «Si es rutina, ¿Por qué no la rompe buscando una pareja? Hay muchos mortales a los que les gustaría una persona que finge que no pasa nada», pensó Sarah. Ella se recostó en el diván. — Para que no tengamos el problema de la semana pasada, decidí cerrar las cortinas — explicó con algo de miedo la psicóloga—. Aún recuerdo tus gritos cuando mantuve la luz solar. Tras unos momentos de silencio incómodo, Sarah decidió que debía decir algo. estaba consciente de que no emitir ninguna palabra sólo haría que los motivos de sus sesiones tengan plena justificación. Además, cada visita a su psicóloga no era gratis y sus padres debían desembolsar una cantidad de dinero no muy pequeña. — Si la memoria no me falla, usted tuvo la culpa — dijo calmada pero desafiante Sarah—. Le dije que iba a llegar un momento donde no podría soportarlo. ¿Acaso usted no vive todos los días con el temor a morir